lunes, 1 de octubre de 2012

que canguelo

Que canguelo
Noche de calma esperando el momento de cobijo, como una prostituta de la calle bajo las primeras gotas de lluvia.
Para matar el hambre, abro una lata de sueños en almíbar y velar aquí, fragmentos cerebrales que tensan del carro queriendo formar parte de alguna entelequia razonable.
Parto de un único verso que me llama, y nanu, eso jode canguelo.

Este único verso se expande y se enfría, letra a letra, haciendo del cielo excelso un cálido poema.
Hasta que la voz más honda lo haga explotar de nuevo o el recite una sola vez, tal cual. Cataclismo fundamental.

Pongo el ojo a mi ombligo como si se tratara del ocular de un microscopio.
Aparto la inexplicable vello y escudriñar el mundo entero, ignorando mi presencia de persona a medias tintas.
Y consigo no mirarme el ombligo, sino mirar a través de él, como podría mirar a través de cualquier otro ombligo.
hostia qué visión tan intestinal.

Un libro que se va escribiendo al mismo tiempo que es leído.
La raza de tinta impresa se ​​plasmando desde dentro del papel, desde la otra cara de la página,
no hay lugar ni tiempo para la comprensión masticada.
Para abstraerme de toda lectura equivocada, de toda falsa interpretación, atravieso con cuerpo de flecha los signos negros pintados con spray sobre el blanco de la realidad.
Graffiti desenfocado. Cuando el oftalmólogo me pregunta qué diablos veo en la pantallita, le respondo tal como cotorra ibérica:

En Occidente, no espero que no me desoriente,
Porque la brújula se Consciente
de que la aguja se disfraza
a menor de peonza.
El desconcierto browniano
se Hace patente en cada esquina,
no espero que lo Vea todo
perfectamente, sin espinas.

El doctor rápidamente me diagnostica el síndrome del canguelo de no ver, de no tener los ojos abiertos de par en par, de no ver con potencia.

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